Thought Mantique: Monólogo para aquel que aparecía en mi sueño

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30 de marzo, 2024.

Vuelvo después de una temporada con un pequeño poema experimental (¿y si tu dios fuese un muerto viviente?): Su divinidad. Un concepto sobre endiosar lo que, en otras circunstancias, se teme. Desear a pesar del pánico.

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Ya sea por accidente o por que me buscabas, agradezco enormemente tu visita y te invito a quedarte en este pequeño rincón.
- TM.
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Monólogo para aquel que aparecía en mi sueño

Anoche soñé contigo. Parecerá un absurdo descabellado pues jamás nos hemos visto, lo único que pretendemos conocer del otro no va más allá de unas palabras negras sobre fondo blanco. 

Sabía que eras tú porque algo me lo decía, el qué lo desconozco. Simplemente tu nombre –o más bien la falta de éste- se repetía en eco. Puede que incluso fuera yo misma quien lo repetía en voz baja. Así como tus letras siempre me han parecido provenir de un invierno en el bosque, tu representación onírica resultó ser en blanco y negro; una escala de grises frívola que recordaba al cielo de diciembre. Durante el sueño aparecías como un personaje más sin nada destacable, y conforme avanzaba aquello que podríamos llamar «trama onírica» -y que no es más que una sucesión inconexa de escenas- ibas perdiendo tu color, velándote como un negativo a la luz del día.

Aparecías por la puerta con un paquete bajo el brazo, lanzabas las llaves al suelo y sonreías exclamando que regresabas de un viaje que te había transformado, donde la inocencia del pasado había entablado una conversación con tu austera madurez. Profesabas tu nuevo estado de cambio mientras mirabas hacia la nada que había tras una ventana sin cristal, permitiendo al viento destrozar la habitación. 

Te encontraba sentado en una cama mullida sin almohadas, mirando el suelo contemplativo y rodeado de paredes vacías. Al escucharme entrar girabas tu mirada hacia mí. Ese fue el momento en el que supe que eras tú y me daba cuenta de la pérdida total de color en tu persona. Me acerqué y contemplé tus rasgos a cincel. Subí a la cama y me senté con las piernas cruzadas ante ti, dejándome sumergir en tu mirada. Qué curiosa mirada, por cierto. Tus pupilas dilatadas se rodeaban de un iris claro como el hielo de un glaciar, casi se podían ver las ondas congeladas de la superficie del agua helada. No podía evitar ser cautiva de esa mirada tan etérea y tan profunda. Nos miramos durante lo que pareció una eternidad colapsada en los segundos de aquel sueño. El día continuaba lanzando destellos pálidos a través de las cortinas, pero era indudable que estaba próximo a terminar. Creo que dejé de parpadear, incluso, y podría decir que algo sonaba de banda sonora a ese instante austero. 

Sentí que el sueño se desvanecía, así que intenté alejarme: no quería llevarte conmigo hacia la obsesión que acompaña al recuerdo de algo irreal, pero me fue imposible. La conexión que refulgía de observarnos me había dejado clavada. Creo que sentí tu mano coger firmemente mi brazo. ¿Deseabas acompañarme? o por el contrario, ¿buscabas que me quedara contigo, en aquella nada blanquecina que parecía nacer de ti? Fuese el motivo que fuese, desperté con tu imagen esculpida en la retina. Te traje conmigo a este mundo de lógica sin saber cómo devolverte a la oníria de la que naciste. Porque si bien quisiste adoptar la identidad de alguien a quien conocía remotamente, acabaste por liberar tu propia esencia entre tanta palidez, con miradas tan intensas que una representación mental no debería dedicarle a su creador. 

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