Es de noche, hora intempestiva marcada en el neón del despertador. Hormiguean los dedos, el pálpito aumenta, el puño de las entrañas aprieta con fuerza. El síntoma que todo creador conoce. Digo calma, digo tranquilidad. Azuzo a cada uno de los síntomas y susurro con voz queda. Ahora no. No es el momento, les digo. Mañana, quizá, cuando la agenda tenga un hueco sin obligación pertinente. Ignoro su punzante desesperación, y guardo una nota mental que prometo revisar cuanto antes. Y de nuevo digo calma, digo tranquilidad.
Alba promiscua, de nueva jornada por enfrentar. Reminiscencias del pálpito frenético anterior aún borbotean, intentando no extinguirse. Debería responderle, hacerle caso y hundirme en la sensación sin ataduras, libre. La jornada, sin embargo, tiene otros planes, me digo. Hay que hacer esto, y aquello, y lo otro, y también eso debería hacerse. Demasiado en la lista de cosas por hacer. No hay hueco hoy para ti, le susurro. Ya vendrá el momento. Cuento los días hasta llegar al día predilecto, el día en que mi propia e ilógica superstición —que bien acepto como tal— me avisa de ser el momento idóneo. Sí. Aquí. Este día. Este momento. Pronto.
Recuerdo vagamente el fervor, a pesar de que los días se tornasen semanas, y estas, meses. Una chispa de reencuentro me devuelve a aquel momento. Un déjà vu alterado. Un golpe de inspiración basado en una intensa emoción pasada. Mañana sin falta, susurro a las aguas en calma, cuyo fluir hace tiempo dejé de escuchar. Mañana el cauce retornará a su naturaleza agitada, rebelde, de espuma salina y murmullo atronador.
Todo en su sitio, me repito por enésima vez, mientras observo mi refugio fabricado. La intención de cada objeto reflejada en mis pupilas, pero el efecto buscado no se transmite más allá de la imagen visual.
No hay pálpito, y no hay hormigueo. No queda nada más que esa calma que susurré e invoqué, aplazando un momento que debía haber considerado cuasi milagro entre la línea plana del electrocardiograma de mis días. Era un latido claro y potente, y ahora no hay ni tan siquiera una arritmia leve. El pálpito es un eco, el hormigueo una comezón indeseada, el puño férreo es un vacío bajo las aguas en calma.
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