Termina con los ojos abiertos en una oscuridad opresiva, sofocante. Hay una vorágine de imágenes aun danzando, aun arañando los párpados. Respiras a duras penas, el pánico aun palpitando ecos.
Antes hubo la lógica onírica que se sobrepuso a la realidad. Dijiste entonces: me van a matar, me van a violar, me persiguen, me atacan, me roban, me profanan. Todo un hilo de verborrea profana que dura un segundo y se alarga hasta el amanecer. Hay alguien fuera, alguien quiere entrar, alguien fuerza la puerta, alguien observa, alguien busca el daño, alguien destruye. Es nadie y es todo, una amalgama de imágenes superpuestas en un ente de forma humana que está y no está, que acecha y se oculta. Peligro, peligro, peligro, grita cada célula de tu cuerpo y se sofoca el grito en una tráquea paralizada. El corazón bombea demasiado rápido y la respiración es irregular, acelerada. Hay tormenta, lluvia de golpes y de piedras, hay gritos y llantos, cacofonía colosal en la que escuchas todo y al mismo tiempo es un silencio pesado que se convierte en un pitido incesante. No estás donde deberías estar. No sabes dónde estás, sólo que te envuelve la sombra y unas paredes que no identificas. Tu cuerpo pesa en su agitación, cae sobre sí mismo, parece plegarse, compactarse. La única certeza es la incógnita, el extravío personal.
Empieza, como todo lo que inicia, con un sueño.
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